Una noche de verano, con el húmedo viento miraflorino, se encontraba en su escritorio –muy concentrado- intentando terminar un cuento, un joven de veinticuatro años aproximadamente. Intempestivamente, un fuerte maullido irrumpió en el silencio de la choche e interrumpió la concentración del joven artista. A consecuencia de esto, el escritor salió al balcón a espantar con un grito al gato que estaba elegantemente ubicado en la azotea de la casa contigua.
No obstante, el gato no paraba de emitir un fastidioso maullido que
desesperó al joven escritor hasta que éste explotó y no tuvo mejor idea que
espantar al gato lanzándole un pisapapel que le regaló su abuelo unos años
atrás. Y efectivamente, al lanzarle el pisapapel, el gato echó a correr. El
escritor recuperó su concentración y terminó el cuento que elaboraba
arduamente.
Al día siguiente –preocupado por el regalo de su abuelo- va a la casa
contigua para buscar el pisapapel. Cordialmente, la vecina lo deja entrar hasta
la azotea, el busca el objeto perdido, pero… ¡sorpresa: no lo encuentra!
Al cabo de unos años, el escritor tuvo gran éxito y llegó a vivir en
París, seguía trabajando arduamente y sus días estaban cargados de ocupaciones.
Para liberar tensiones, los domingos salía a visitar la ciudad y un día de
ellos, decidió ir a la zona de tiendas de reliquias. Ya por el lugar, le llama
la atención una tienda donde atendía un hombre obeso, que limpiaba
minuciosamente los objetos. Y de pronto, muy sorprendido le pregunta al
vendedor: ¿Qué hace mi pisapapel aquí? A lo que el vendedor le responde con voz
calmada: ¡Usted lo tiró!
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